Inmutado te describí maravillado,
tus ojos brillaban dando calor,
y a la vez congelaban mi mundo,
tu oscura melena cubría la noche,
también tu rostro que era envidiado,
entonces tus labios hidrataron un verso…
Robaste de nuevo mi atención,
de nuevo por la madrugada,
y a las aves despertaste,
pues no estabas a mi alcance.
Ya con la paciencia perturbada
un testigo nos cubrió de intriga,
una luna no tan ajena, enfadada.
En una realidad ansiosa y flagelada,
donde tu mirar penetraba mi cordura,
ya no pude percibir más nada,
así que, en un fuerte suspiro te tomé,
vacié mis pensamientos y noté,
que brillabas aún más
que aquella luna torturada,
la cual celosa se comportaba
ante tu belleza endiablada.
Al caer una rosa en tu pecho
fue lo único que al final te cobijaba
pensaba, ─viniste con la noche,
la luna es ya tu esclava─,
tú una doncella celestial,
que bajo la constelación caminaba.
Me mirabas sin querer mirarme,
y yo queriendo más que mirarte,
me ilusionaba,
tendido acabe ante tu lecho,
y perdí todo, perdí la noción del tiempo,
las fuerzas en las piernas,
perdí la cordura, el pensamiento
y lo peor, me perdí de ti,
al final, me quede sin nada.
|Este poema llevaba antes el titulo: «El último toque de la Rosa»|
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